Holaa, hoy me he llevado una super alegría, Ailec se presenta al concursooo, y así hay 4 participantes, que era el número mínimo de personas para participar, que chupiguay, gracias Ailec, y también gracias a Escritora, Nuemiel y Marina, sois unos soles ♥
Bien, aquí os dejo el relato de Ailec:
En lo más profundo...
La noche era cerrada, un barco avanzaba en dirección a puerto.
Un marinero joven, de no más de diecisiete años, buscaba esperanzado algún rastro de la luz de un faro. Asomado en cubierta respiraba la pureza de la brisa marina, disfrutando la soledad y del silencioso murmullo de las olas.
De pronto, el aire cambió. Ya no olía a sal.
Olía a humedad.
Olía a tormenta.
No había sido el único en darse cuenta, el primer oficial miraba al cielo con preocupación.
-Da la voz de alarma –le ordenó.
El muchacho asintió y propagó la noticia por todo el barco, deseando que la lluvia llegara cuando ellos estuvieran ya en puerto, lejos de su desgarrador alcance.
La actividad, hasta entonces pausada, volvió al barco rápidamente. Las máquinas empezaron a funcionar. Se prepararon las barcas de salvamento aun sabiendo que no tendían nada que hacer contra la furia del mar.
La tormenta llegó antes siquiera de avistar tierra.
Era peor de lo que habían imaginado.
Las olas multiplicaron su apacible tamaño en apenas unos minutos, el pequeño barco no lo pudo soportar durante mucho tiempo y se rompió en pedazos.
El muchacho cayó al agua y sintió como heladas cuchillas se le clavaban en la piel.
Intentó salir a respirar pero la presión del agua era demasiada. No, no era la presión del agua, alguien le estaba agarrando la pierna.
En medio de los gritos, el ruido de los truenos, el estruendo del romper de las olas se oyó un canto.
No se parecía a ningún otro que el muchacho hubiera escuchado nunca, aunque le recordaba a los sonidos que emitían las ballenas para comunicarse.
La mano que le sujetaba la pierna cedió y el joven pudo nadar hasta la superficie para coger aire.
En el agua flotaba un trozo de madera, uno de los pocos restos que quedaban del barco, se aferró a él para no hundirse y buscó a algún otro marinero que hubiera tenido la suerte de encontrar algo a lo que agarrarse, pero no había nadie, estaba solo. Los gritos cesaron y la tormenta amainó pero el canto no volvió.
El muchacho empezaba a creer que habían sido imaginaciones suyas cuando comenzó otra vez.
Lo siguió, venía de debajo del agua. Se lo pensó dos veces antes de volver a sumergirse pero la curiosidad lo venció.
En el mar todo estaba oscuro por eso, cuando una luz brilló en el fondo, el muchacho se dio cuenta enseguida.
La luz se acercaba cada vez más y pasó de ser un simple borrón a divisarse una figura humana.
El muchacho miró a la criatura que se aproximaba. Tenía el cabello plateado como la luna, un vestido de algas y una piel tan pálida que parecía brillar. Era una mujer.
No se preguntó que hacía una mujer debajo del agua pues nada más una rayo de luna se filtró entre las nubes de la tormenta pudo ver que esa criatura no era humana.
Tenía los rasgos afilados, sus dedos, largos y puntiagudos, estaban unidos por una especie de membranas semi-transparentes. Pero lo más extraño de todo, eran sus ojos, grandes y oscuros como dos piedras azabache miraban al muchacho con interés.
Era ese ser el que emitía los sonidos, de eso estaba seguro, pero no movía los labios, al menos no lo parecía.
El joven pensó que estaba alucinando por la falta de aire así que salió a respirar una vez más.
Cuando bajó, la criatura estaba todavía allí, sonriente.
-¿Qué eres? –preguntó, aunque de su boca solo salió una burbuja y un murmullo inaudible.
El ser, divertido, nadó alrededor del muchacho mientras empezaba otra vez su extraño canto.
Al muchacho dejó de darle miedo la criatura, es más, ahora le parecía lo más impresionante que había visto nunca y su canto, en vez de chillidos sin sentido, le parecía la voz más hermosa que había escuchado en la tierra.
-Ven conmigo… no temas –susurró la criatura. Su voz se oía de forma clara bajo el agua y aun así seguía sin mover los labios.
-¿Dónde? –inquirió el marinero pero volvió a salir una burbuja.
-Vente… -la criatura si pareció entenderle-. Ven a lo más profundo… ven con nosotros y deja atrás la tierra.
No tuvo tiempo de pensarlo, cuando se dio cuenta estaba nadando hacia el oscuro fondo marino de la mano de una sobrenatural criatura, hipnotizado por su canto.
Los labios blancos del ser dibujaron una malévola sonrisa y, llevando a su presa, se dirigió a su hogar…
En lo más profundo del océano...
Allí a lo lejos, en la superficie, se podía divisar la luz de un faro iluminando la noche.
En lo más profundo...
La noche era cerrada, un barco avanzaba en dirección a puerto.
Un marinero joven, de no más de diecisiete años, buscaba esperanzado algún rastro de la luz de un faro. Asomado en cubierta respiraba la pureza de la brisa marina, disfrutando la soledad y del silencioso murmullo de las olas.
De pronto, el aire cambió. Ya no olía a sal.
Olía a humedad.
Olía a tormenta.
No había sido el único en darse cuenta, el primer oficial miraba al cielo con preocupación.
-Da la voz de alarma –le ordenó.
El muchacho asintió y propagó la noticia por todo el barco, deseando que la lluvia llegara cuando ellos estuvieran ya en puerto, lejos de su desgarrador alcance.
La actividad, hasta entonces pausada, volvió al barco rápidamente. Las máquinas empezaron a funcionar. Se prepararon las barcas de salvamento aun sabiendo que no tendían nada que hacer contra la furia del mar.
La tormenta llegó antes siquiera de avistar tierra.
Era peor de lo que habían imaginado.
Las olas multiplicaron su apacible tamaño en apenas unos minutos, el pequeño barco no lo pudo soportar durante mucho tiempo y se rompió en pedazos.
El muchacho cayó al agua y sintió como heladas cuchillas se le clavaban en la piel.
Intentó salir a respirar pero la presión del agua era demasiada. No, no era la presión del agua, alguien le estaba agarrando la pierna.
En medio de los gritos, el ruido de los truenos, el estruendo del romper de las olas se oyó un canto.
No se parecía a ningún otro que el muchacho hubiera escuchado nunca, aunque le recordaba a los sonidos que emitían las ballenas para comunicarse.
La mano que le sujetaba la pierna cedió y el joven pudo nadar hasta la superficie para coger aire.
En el agua flotaba un trozo de madera, uno de los pocos restos que quedaban del barco, se aferró a él para no hundirse y buscó a algún otro marinero que hubiera tenido la suerte de encontrar algo a lo que agarrarse, pero no había nadie, estaba solo. Los gritos cesaron y la tormenta amainó pero el canto no volvió.
El muchacho empezaba a creer que habían sido imaginaciones suyas cuando comenzó otra vez.
Lo siguió, venía de debajo del agua. Se lo pensó dos veces antes de volver a sumergirse pero la curiosidad lo venció.
En el mar todo estaba oscuro por eso, cuando una luz brilló en el fondo, el muchacho se dio cuenta enseguida.
La luz se acercaba cada vez más y pasó de ser un simple borrón a divisarse una figura humana.
El muchacho miró a la criatura que se aproximaba. Tenía el cabello plateado como la luna, un vestido de algas y una piel tan pálida que parecía brillar. Era una mujer.
No se preguntó que hacía una mujer debajo del agua pues nada más una rayo de luna se filtró entre las nubes de la tormenta pudo ver que esa criatura no era humana.
Tenía los rasgos afilados, sus dedos, largos y puntiagudos, estaban unidos por una especie de membranas semi-transparentes. Pero lo más extraño de todo, eran sus ojos, grandes y oscuros como dos piedras azabache miraban al muchacho con interés.
Era ese ser el que emitía los sonidos, de eso estaba seguro, pero no movía los labios, al menos no lo parecía.
El joven pensó que estaba alucinando por la falta de aire así que salió a respirar una vez más.
Cuando bajó, la criatura estaba todavía allí, sonriente.
-¿Qué eres? –preguntó, aunque de su boca solo salió una burbuja y un murmullo inaudible.
El ser, divertido, nadó alrededor del muchacho mientras empezaba otra vez su extraño canto.
Al muchacho dejó de darle miedo la criatura, es más, ahora le parecía lo más impresionante que había visto nunca y su canto, en vez de chillidos sin sentido, le parecía la voz más hermosa que había escuchado en la tierra.
-Ven conmigo… no temas –susurró la criatura. Su voz se oía de forma clara bajo el agua y aun así seguía sin mover los labios.
-¿Dónde? –inquirió el marinero pero volvió a salir una burbuja.
-Vente… -la criatura si pareció entenderle-. Ven a lo más profundo… ven con nosotros y deja atrás la tierra.
No tuvo tiempo de pensarlo, cuando se dio cuenta estaba nadando hacia el oscuro fondo marino de la mano de una sobrenatural criatura, hipnotizado por su canto.
Los labios blancos del ser dibujaron una malévola sonrisa y, llevando a su presa, se dirigió a su hogar…
En lo más profundo del océano...
Allí a lo lejos, en la superficie, se podía divisar la luz de un faro iluminando la noche.
Gracias por publicarlo tan pronto, mucha suerte a todas las que participamos :)
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